domingo, 25 de enero de 2009

En el nombre de Delacroix

Cansado de leer y releer párrafos de libros que intentan explicar de manera imparcial el transcurso de la historia contemporánea –sin conseguirlo- no pude evitar hacer un descanso y reflexionar. La población, y más tristemente, nosotros los jóvenes, perdemos por momentos el romanticismo que siempre nos caracterizó. Pocos son los que se levantan para cambiar lo que no les gusta, los que rechazan los postulados establecidos, y sin embargo tantos los que no muestran más interés por el mundo que lo que a ellos les ocurra, o los que dejan de hacer lo que sienten, “lo que quieren hacer” en favor de “lo que hay que hacer”.

Contemplando a la señorita que tan valerosamente levanta una bandera rodeada de desprotegidos civiles y montañas de muertos me parece que me mira decepcionada. Me pregunto qué debió pasar para que en 100 años se pasara de toda una población que se alzó hasta la misma muerte reivindicando libertad, a solamente una generación; y en 40, a nimios colectivos de los que nadie sabe apenas que existen.

Los motivos para levantar los adoquines no han disminuido en absoluto, de ninguna manera hay menos represión, más libertad o menos muertes políticas. Sin embargo ¿dónde están los obreros que cambiaron la fábrica por las barricadas, los estudiantes que ocuparon La Sorbona? A veces me gustaría gritar: ¡ahora! Y que oleadas de inconformistas aparecieran por cada esquina formando el mayor ejército popular del mundo. Nos deberían temer.

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