jueves, 21 de mayo de 2009

Tardío homenaje a Mario Benedetti. Hasta siempre

Si me torturan
no diré nada nunca
dijo el cadáver

martes, 28 de abril de 2009

Y todo para acabar con algo tan vulgar como la muerte



Javier Ortiz, gran periodista y excelente intérprete del mundo real, acabó de esta forma su obituario. Murió esta madrugada por una parada cardio-respiratoria. Mentiría si dijera que lo he seguido siempre, empezando porque para ello tendría que haber nacido hace al menos treinta años, pero si esperaba alguna referencia o algún tipo de motivación al empezar la carrera de Periodismo, sus líneas, entre las de pocos, ocupaban esa vacante.

No quisiera hacerme interminable con lo grande que me pudiera parecer Javier Ortiz; no diría nada que no se supiera y todo lo que yo argumentase se quedaría en uno de tantos mediocres que idolatran lo que no llegarán a ser (aunque podría hacerlo, éste blog no lo lee nadie). El caso es que, como todo preadulto al que empiezan a brotar ciertos roales de lo que algunos se atreven a llamar barba, a menudo me planteo de dónde vengo y hacia dónde voy. Por fortuna tengo claro de dónde vengo, aunque, probablemente no cuanto debo a ello. Sin embargo, leyendo el obituario de Javier Ortiz y la ristra de cariñosas despedidas que a él sucedían (entre ellas la de mi padre, que la he buscado porque sabía que estaría), uno se pregunta en que se diferencian una vida de otra. Me paso las semanas pensando que podría ser mejor estudiante, mejor amigo, mejor hijo… como sin duda pensó en algún momento el donostiarra. No intento esconder que me doblaba en talento, en personalidad, en actitud; sólo me planteo qué debería yo hacer para que cuando yo acabe con algo tan vulgar como la muerte, mi buzón se inunde de cariñosas despedidas.

No puedo quejarme en absoluto de nada. Mi vida va, o podría ir, tan fácilmente sobre ruedas. Sin embargo, y no dudo en atribuirlo a que debo ser uno de esos vagos y apestosos casi veinteñeros que saben que quieren algo pero no el qué de los que tanto nos quejamos, me faltan tantas cosas, hay tantas cosas que podría, sin ninguna dificultad aparente hacer mejor. Apuesto, incluso, a que Javier Ortiz habría sido mejor Carlos Cruz que yo.

Tanto tiempo pensando en realizarme, en ser alguien, y no me refiero a salir en los periódicos, y va y dice que “todo para acabar con algo tan vulgar como la muerte”. Ni en sus últimas palabras le falta razón, al amigo. Agradezco, y no es una ironía, que alguien me descubra que mi vida es, en realidad, tan vulgar como la muerte. Buenas noches, Javier.

lunes, 27 de abril de 2009

Cuanta razón...

No os preocupéis, nunca os faltará nada.
Viñeta de Quino en Déjenme Inventar

martes, 31 de marzo de 2009

La crisis de los Tupper y la de los Armani

A estas alturas, decir que no es fácil levantarse de la cama para afrontar que al casero se le agota la paciencia, que vuelves a tener la nevera vacía, que estás obligado a encoger la pensión a tus hijos y tu exmujer, que te han despedido… es cuanto menos banal. Unos niños juegan en la calle a dar patadas a las piedras y ver pasar los camiones, sólo falta nieve y un conjunto de escolar del siglo XIX para estar viviendo un cuento de Dickens. “Cariño, tu padre está en el paro y yo no encuentro trabajo, lo de estudiar medicina tendrá que esperar, sácate algo en dos años y ponte a trabajar cuanto antes”.

Si alguien piensa que estoy exagerando es que no ha entendido nada. No hace falta escarbar en la corteza de nuestra próspera España hasta los barrios marginales de la periferia de Madrid, como antes, para encontrar este panorama. Aunque todavía los hay que ponen la mueca y alardean “¿Quién dijo crisis?”, no nos hemos dado cuenta de lo que tenemos hasta que no nos ha llegado para cañas. Tres millones y medio de parados es más que suficiente para salir a la calle a exigir respuestas. No consuela a nadie que los culpables de que tiemble la estabilidad familiar si hay que llevar el coche al taller se compren menos Armani –si consuela algo que haya tipos como Maddof– cuando moviendo sus hilos reúnen a 20 jefazos para que, agotando su capacidad cerebral hasta niveles insospechados, consensúen que hay que proteger a los empresarios y el sector inmobiliario –faltaría más–.

Las viviendas de la España media se llenan de marcas blancas de los productos más indispensables. Se prohíben las llamadas-de-fijo-a -móvil, se corta el pelo en casa a marido e hijos, la nevera deja sitio a los Tupper, se sustituye el agua mineral por una depuradora para el agua del grifo, ir al cine por ver algo en casa. Sin embargo, no es tan incómodo. La sociedad española es conformista casi por antonomasia, y afrontan la crisis ajustando su nivel a uno más bajo aún y quejándose día tras día a la hora de cenar de que “así no se puede”. Después de cenar, encienden un cigarro y se quedan dormidos viendo Mira quién baila, donde los personajes de capa caída, de quién todos se burlan, se ríen de ellos cobrando dinero público para superar su crisis, la de los Armani.

domingo, 25 de enero de 2009

En el nombre de Delacroix

Cansado de leer y releer párrafos de libros que intentan explicar de manera imparcial el transcurso de la historia contemporánea –sin conseguirlo- no pude evitar hacer un descanso y reflexionar. La población, y más tristemente, nosotros los jóvenes, perdemos por momentos el romanticismo que siempre nos caracterizó. Pocos son los que se levantan para cambiar lo que no les gusta, los que rechazan los postulados establecidos, y sin embargo tantos los que no muestran más interés por el mundo que lo que a ellos les ocurra, o los que dejan de hacer lo que sienten, “lo que quieren hacer” en favor de “lo que hay que hacer”.

Contemplando a la señorita que tan valerosamente levanta una bandera rodeada de desprotegidos civiles y montañas de muertos me parece que me mira decepcionada. Me pregunto qué debió pasar para que en 100 años se pasara de toda una población que se alzó hasta la misma muerte reivindicando libertad, a solamente una generación; y en 40, a nimios colectivos de los que nadie sabe apenas que existen.

Los motivos para levantar los adoquines no han disminuido en absoluto, de ninguna manera hay menos represión, más libertad o menos muertes políticas. Sin embargo ¿dónde están los obreros que cambiaron la fábrica por las barricadas, los estudiantes que ocuparon La Sorbona? A veces me gustaría gritar: ¡ahora! Y que oleadas de inconformistas aparecieran por cada esquina formando el mayor ejército popular del mundo. Nos deberían temer.

miércoles, 7 de enero de 2009

martes, 6 de enero de 2009

Hoy no caen regalos en Gaza

Parece que a los tres Reyes Magos de Oriente (ojo) se les ha pasado por alto la franja de Gaza cuando repartían armonía esta madrugada. Los niños palestinos, al contrario que nuestros queridos hijos rubios, no tenían esa ansia por levantarse a las seis de la madrugada a ver qué tenían al pie de sus zapatos. Apuesto a que ellos no querían ni levantarse, no querían abrir los ojos para ver un día más la barbaridad que están sufriendo. ¿A caso se han portado mal? Son los niños malos los que no merecen regalos. Pero esque los niños palestinos no tienen la suerte de no tener nada, tienen miseria, ruinas, y bombas con estrellas de David.

Mientras el mundo entero sólo abre la boca para decir que Hamás es el eje del mal y debemos destruirlo, el ejército israelí asesina más de 400 civiles en 10 días. Nadie mueve un dedo por ello. Es más, nuestras eficaces democracias siguen reconociendo a Israel como estado legítimo y a Hamás como organización terrorista. Nada importa que el terrorismo venga en forma de piedras y palos y el estado legítimo llame a la puerta con armamento americano.

Si los años de falso bienestar que nos han precedido no hubieran oscurecido el alma de las personas, los gobiernos de Occidente estarían ahora mismo expulsando a sus embajadores israelíes y pidiendo firmemente el cese de las invasiones en la franja de Gaza. Desgraciadamente, no queda ni un suspiro de decencia entre la jet-set de los paises desarrollados, que encuentran mucho más cómodo desenvolver sus regalos junto a sus familias que poner freno a la descabellada matanza que tiene lugar en la tierra de los Reyes Magos.