martes, 28 de abril de 2009

Y todo para acabar con algo tan vulgar como la muerte



Javier Ortiz, gran periodista y excelente intérprete del mundo real, acabó de esta forma su obituario. Murió esta madrugada por una parada cardio-respiratoria. Mentiría si dijera que lo he seguido siempre, empezando porque para ello tendría que haber nacido hace al menos treinta años, pero si esperaba alguna referencia o algún tipo de motivación al empezar la carrera de Periodismo, sus líneas, entre las de pocos, ocupaban esa vacante.

No quisiera hacerme interminable con lo grande que me pudiera parecer Javier Ortiz; no diría nada que no se supiera y todo lo que yo argumentase se quedaría en uno de tantos mediocres que idolatran lo que no llegarán a ser (aunque podría hacerlo, éste blog no lo lee nadie). El caso es que, como todo preadulto al que empiezan a brotar ciertos roales de lo que algunos se atreven a llamar barba, a menudo me planteo de dónde vengo y hacia dónde voy. Por fortuna tengo claro de dónde vengo, aunque, probablemente no cuanto debo a ello. Sin embargo, leyendo el obituario de Javier Ortiz y la ristra de cariñosas despedidas que a él sucedían (entre ellas la de mi padre, que la he buscado porque sabía que estaría), uno se pregunta en que se diferencian una vida de otra. Me paso las semanas pensando que podría ser mejor estudiante, mejor amigo, mejor hijo… como sin duda pensó en algún momento el donostiarra. No intento esconder que me doblaba en talento, en personalidad, en actitud; sólo me planteo qué debería yo hacer para que cuando yo acabe con algo tan vulgar como la muerte, mi buzón se inunde de cariñosas despedidas.

No puedo quejarme en absoluto de nada. Mi vida va, o podría ir, tan fácilmente sobre ruedas. Sin embargo, y no dudo en atribuirlo a que debo ser uno de esos vagos y apestosos casi veinteñeros que saben que quieren algo pero no el qué de los que tanto nos quejamos, me faltan tantas cosas, hay tantas cosas que podría, sin ninguna dificultad aparente hacer mejor. Apuesto, incluso, a que Javier Ortiz habría sido mejor Carlos Cruz que yo.

Tanto tiempo pensando en realizarme, en ser alguien, y no me refiero a salir en los periódicos, y va y dice que “todo para acabar con algo tan vulgar como la muerte”. Ni en sus últimas palabras le falta razón, al amigo. Agradezco, y no es una ironía, que alguien me descubra que mi vida es, en realidad, tan vulgar como la muerte. Buenas noches, Javier.

lunes, 27 de abril de 2009

Cuanta razón...

No os preocupéis, nunca os faltará nada.
Viñeta de Quino en Déjenme Inventar