martes, 31 de marzo de 2009

La crisis de los Tupper y la de los Armani

A estas alturas, decir que no es fácil levantarse de la cama para afrontar que al casero se le agota la paciencia, que vuelves a tener la nevera vacía, que estás obligado a encoger la pensión a tus hijos y tu exmujer, que te han despedido… es cuanto menos banal. Unos niños juegan en la calle a dar patadas a las piedras y ver pasar los camiones, sólo falta nieve y un conjunto de escolar del siglo XIX para estar viviendo un cuento de Dickens. “Cariño, tu padre está en el paro y yo no encuentro trabajo, lo de estudiar medicina tendrá que esperar, sácate algo en dos años y ponte a trabajar cuanto antes”.

Si alguien piensa que estoy exagerando es que no ha entendido nada. No hace falta escarbar en la corteza de nuestra próspera España hasta los barrios marginales de la periferia de Madrid, como antes, para encontrar este panorama. Aunque todavía los hay que ponen la mueca y alardean “¿Quién dijo crisis?”, no nos hemos dado cuenta de lo que tenemos hasta que no nos ha llegado para cañas. Tres millones y medio de parados es más que suficiente para salir a la calle a exigir respuestas. No consuela a nadie que los culpables de que tiemble la estabilidad familiar si hay que llevar el coche al taller se compren menos Armani –si consuela algo que haya tipos como Maddof– cuando moviendo sus hilos reúnen a 20 jefazos para que, agotando su capacidad cerebral hasta niveles insospechados, consensúen que hay que proteger a los empresarios y el sector inmobiliario –faltaría más–.

Las viviendas de la España media se llenan de marcas blancas de los productos más indispensables. Se prohíben las llamadas-de-fijo-a -móvil, se corta el pelo en casa a marido e hijos, la nevera deja sitio a los Tupper, se sustituye el agua mineral por una depuradora para el agua del grifo, ir al cine por ver algo en casa. Sin embargo, no es tan incómodo. La sociedad española es conformista casi por antonomasia, y afrontan la crisis ajustando su nivel a uno más bajo aún y quejándose día tras día a la hora de cenar de que “así no se puede”. Después de cenar, encienden un cigarro y se quedan dormidos viendo Mira quién baila, donde los personajes de capa caída, de quién todos se burlan, se ríen de ellos cobrando dinero público para superar su crisis, la de los Armani.